jueves, 3 de mayo de 2018

El sótano.

Da igual lo que haga.
Ya estoy aquí.
Está todo oscuro.
Grito.
¿Quién me va a oír?
Imagino que nadie.
Ya nadie quiere escucharme.
Todos se hartaron de mí.
Además, sé que no hay escapatoria.

Nadie escapa del sótano.

Mis pasos se hacen ruidosos a medida que busco alguna luz, un interruptor que me haga volver a mirarlo todo con claridad, pero mi mano solo encuentra, sorprendentemente rápido, una superficie lisa pero fuerte. ¿Por qué estoy aquí? Puedo cambiar. Cambiaré.

A lo mejor me escudé demasiado en el futuro, en que todo volvería a la normalidad, en que no me quedaría algún día aquí encerrado y mi estancia era pasajera. Comienzo a golpear la pared pidiendo auxilio. A veces me ha servido, a veces han bajado a por mí, aunque el simple hecho de estar ahí diera escalofríos. Nunca agradecí lo suficiente esos favores. Quizá por ello mi castigo sea estar aquí. Se me olvida que nadie me escucha. Grito un poco más, mientras comienzo a golpear las paredes con una virulencia que me hace daño a los nudillos. La desesperación me ciega, estar aquí dentro un segundo más es insoportable.

Se me cruzaron dos extraños destellos. Quizá había alguien ahí conmigo y no había hablado todavía. Quizá esa persona me llevó aquí a base de golpes. De repente, me siento observado. Siento a alguien detrás de mí, y el frío metálico de una pistola en mi nuca. Me giro bruscamente, golpeando y rompiendo el espejo. Suelto una carcajada y disparo.

miércoles, 2 de mayo de 2018

El autor perdido.

Las horas siguen pasando por la ventana, aunque no deja de mirar con desdén la pantalla en blanco que desafía y agota a su mente repleta de cafeína que solo desea descansar por un momento. La noche no le consume, sigue intentando expresar aunque las palabras no le llegan. Quizá siente algo que no quiere transmitir, quizá sus sentimientos son tan oscuros que pocas palabras pueden expresarlos.

Se frustra, golpea la mesa con violencia y se aleja a buscarse el cuarto café de la noche. Mira el reloj y son las cinco de la mañana. "Normal", piensa, porque le parece que ha pasado una eternidad mirando esa dichosa pantalla que no le ayuda, solo mira deseosa de que la rellenen de algo importante, algo que le parezca bueno y pueda valer todo el tiempo perdido.

Mira los granos de café, en busca de cualquier cosa, pero solo encuentra el familiar marrón del fondo de las tazas anteriores. Se impacienta por cada segundo que pasa fuera de ese teclado que lo llama y agota con tanta facilidad.
"Ding", suena la cafetera como si acabara de fichar en un trabajo a jornada completa.

Camina rápido hacia la habitación. Empieza a pensar en que nada vale la pena, que nada sirve. Escribe tres párrafos y los borra al minuto porque no sabe continuar con esta pantomima de frases intentando ser el retazo de su obra que lo lance a un éxito que ve tan lejos que le da hasta risa. Intenta meterse en su propia mente, buscando los sentimientos que más le gustaría expresar, aunque sean tan complicados que puede que jamás vean la luz.

Bebe el café con una rapidez asombrosa, y ya empieza a ver algún rayo de sol acercarse a la pantalla de su ordenador. Tiene los ojos enrojecidos y quiere irse a dormir, aunque sabe que jamás lo hará tranquilo sabiendo que ha vuelto a no hacer nada. Ya nadie espera nada de él, todos lo dejaron consumirse en la llama del autor que bloquea su vida queriendo desbloquear su mente. Se acabaron los pequeños gestos de ánimo y los cariñosos consejos de las personas que le querían. Él quería mostrar su visión del mundo, pero su energía fue pasando a mejor vida en el proceso.

Llora desconsolado, coloca un punto, y le da a 'Publicar'.

martes, 1 de mayo de 2018

Todo se derrumba.

Quizá me haya cansado. Cansado de ahuyentar demonios que no existen más allá de mi cabeza, intentar despistar al destino un segundo para dejarme en la paz que no conozco desde que caí sin rumbo fijo, hacia un pozo de desesperación y rabia infinita. Vivir en la estúpida bipolaridad de que todo se va a arreglar y ya no hay nada que hacer, lamentado entre dos tierras que no dejan de tirar, resquebrajando mi alma y mi fe en que realmente algo vaya a cambiar.
Quizá gritar hubiera sido lo mejor. Soltar años de furia en los segundos más exquisitos de una vida llena de inseguridad y miedo. Dejar de reprimir mis gritos con lágrimas y un nudo en la garganta, esperando ahogarme para no tener que sufrir más. Esperando morir, porque vivir estaba tan lejos de lo que hacía.
Quizá dejarlo todo, quizá no estar tan solo. 

Hay tantos quizás y tantas pocas respuestas, tantos agujeros en un camino recto donde agradeces subir porque la velocidad de la bajada solo te hará caer una y mil veces. Y quizás caer fuera lo que quería, porque seguir levantado era demasiado difícil.
¿Y si por una vez dejara las putas metáforas, dejara de hablar en figurado y no intentara ocultar que este fui yo? No he querido existir, he llorado hasta dormirme en más de una ocasión. He deseado cortar de raíz con todo lo que me rodeaba, queriendo parecer un capullo integral para que no doliera el adiós final. He agradecido vivir un día más cuando mi cabeza dejaba algo de lucidez entre mis más oscuros pensamientos. Siempre fui yo el que caí, el que no se supo agarrar a nada, el que se pasa hasta las tantas escribiendo esto porque nada le dolerá más que pensar que estos años han sido los mejores, y que si todo va para abajo, no aguantaré más. 
Quizá me haya hartado.

Watching As I Fall - Mike Shinoda